sábado, 24 de marzo de 2012

Podemos dejar de alimentar nuestra enfermedad

                                                                                           

Tenemos una increíble tendencia a alimentar nuestras enfermedades en forma tan inconsciente, que nos resulta casi imposible advertir cuando lo estamos haciendo. Esta actitud nos parece tan inofensiva y tan normal, que no advertimos el juego en que nos involucramos voluntariamente. Es muy común escucharnos decir algunas frases como: todos los años me resfrió, con este frio seguro que me enfermo, esta es mi enfermedad, me siento pésimo con esta enfermedad, estoy muy enfermo, me siento tan mal y tantas otras.
Es evidente que cuando enfermamos es necesario situarse en el presente y aceptar que estamos enfermos. Reconocer nuestra dolencia es el primer paso a nuestra recuperación de la salud, especialmente si esa enfermedad tiene cierta gravedad. Sin embargo, luego del primer paso de reconocer su presencia, podemos disponernos a revertir la situación cuando deseemos. Nadie nos obliga a sanarnos, como nadie nos obligó a enfermarnos. Esto puede ser un proceso muy inconsciente, pero nadie nos ha obligado a transitarlo.
Recuperar la salud es una decisión voluntaria y personal. Siempre se va a necesitar que el enfermo tenga la voluntad para recuperarse, aunque se trate de un niño. Un niño es un alma que tiene muchos años de existencia como cualquier adulto y en sus niveles superiores puede elegir no recuperarse, tal cual lo puede hacer un adulto. Si ésta es su elección, seguramente tiene otros planes para su evolución y no se recuperará aunque exista un gran equipo médico asistiéndolo. Nuestro Padre respeta y honra la decisión que tomemos, sin importar la que sea.
Si existe la voluntad de sanar, los medios para esa recuperación aparecerán. Sin embargo, a veces nuestra decisión de sanar es ambigua o poco decidida, digamos que le falta energía a nuestro deseo. Es así como saboteamos nuestra recuperación haciendo que nuestra enfermedad pueda acompañarnos por mucho tiempo, a veces muchos años. Dudamos de nuestra capacidad de elección, dudamos de la colaboración de nuestro Padre, dudamos de que seamos merecedores de la sanación, dudamos que nuestra enfermedad se pueda ir como por arte de magia. Muchas veces ni siquiera nos podemos imaginar cómo sería nuestra vida sin esa enfermedad.
La duda nos hace pasear por el fin de la enfermedad y la creación de la enfermedad. Por ratos nos sanamos y por ratos seguimos igual, haciendo que nuestra enfermedad se quede estable en ciertos niveles, generando en nosotros y en nuestro medico, la tranquilidad y la certeza de que la tenemos al menos bajo control. Si no existiera la duda en nosotros, la enfermedad llegaría a su fin de inmediato.
clip_image002Es muy común que por ratos tengamos sinceros deseos de sanarnos y que en otros momentos alimentemos nuestra enfermedad sin darnos cuenta. He visto como nuestro Ser Superior se ríe a carcajadas de nosotros cuando hacemos esto (él todo lo disfruta). Estando a solas nos damos anergia y entusiasmo, tomamos los medicamentos, hacemos la terapia, oramos, meditamos y luego, al encontrarnos con algún amigo volvemos a decirles: “estoy enfermo de esto”, volviendo a punto cero nuestra recuperación. Es muy importante recordar que todo lo que decretemos es lo que vamos a experimentar.
Para recuperarnos de una enfermedad, es necesario comprender que ella nos vino a visitar para darnos algún mensaje. Podemos darle las gracias y reconocer que estamos dispuestos a ver y a escuchar lo que ella nos quiere comunicar y decirle que ya se puede comenzar a retirar. Desde ese momento podemos decretar que cada día nos sentimos mejor, que cada momento es una oportunidad para restablecer la normalidad, que todo se está moviendo y movilizando en nuestro interior para alcanzar la sanación y podemos estar agradecidos de poder acceder a esa posibilidad. Decretar que cada día nos estamos sintiendo mejor es de clave en la recuperación. Si nos instalamos en esa posición las 24 hrs del día nos recuperamos sin excepción. Y si tuviéramos una fe tan pequeña como un grano de mostaza, podríamos sanar de inmediato.
Todo lo que vamos decretando en cada instante es lo que se va manifestando en nuestra vida. Si por ratos nos sentimos muy enfermos y hacemos que los demás lo sepan y les hablamos de lo mal que lo estamos pasando, es porque estamos recreando y alimentando nuestra enfermedad. Evidentemente no se trata de negarla, pero se trata de dejar de darle más energía para que ella siga creyendo que está siendo muy bienvenida y que no es necesario que se retire.
Nuestras creencias, nuestras ideas y sentimientos pueden hacer que nuestra enfermedad sea una gran invitada muy bien recibida que no desea irse de nuestro lado o pueden hacer que ella se debilite hasta desaparecer. Maldecirla y exigirle que se vaya tampoco es el camino, porque mientras más la odiemos, mas se alimentará de nuestras energías. Ella es la portadora de un mensaje que podemos agradecer y dejar ir a la mensajera en paz cuando así lo decidamos.

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